Lo primero que uno siente al llegar a Oporto es la atmósfera amistosa que se siente, que se percibe, que nos rodea.

Grupos de amigos disfrutando de una copa de vino en las mesas de los cafés en las calles, las familias paseando en los parques, y muchos viajeros caminando y disfrutando junto a las orillas del río.

Muchos de ellos cruzando a través de uno de los puntos focales de la ciudad, el impresionante puente Dom Luis, que une dos mitades de la ciudad.

Saliendo de la ciudad adentrándose en el Duero, las vistas son increíblemente magníficas con hileras e hileras de exuberantes viñedos que llegan hasta el río. El silencio invade el ambiente circundante, y es que el Duero es un río muy sereno en alguno de sus tramos.
La razón primordial, al menos la generalizada, por la que los turísticas viajan al valle del Duero es por la excelente de sus vinos. Estos vinos son muy aclamados, tanto por los degustadores amateurs, hasta los grandes conocedores de la comunidad vinícola. Aún hoy la exportación de estos vinos es bastante limitada y por eso no son tan conocidos y consumidos fuera de Portugal. Para cualquier comensal que gusta de esta bebidas, una copa de Vinho Verde es absolutamente refrescante.
En la encantadora ciudad de Lamego encontraremos dominando el paisaje el famoso santuario de Nuestra Señora de los Remedios en lo alto de una colina. Es reconocida por sus maravillosas escaleras en zigzag que van decorando su ascenso por la ladera con 613 escalones. Una vez arriba las vistas son maravillosas y recompensan el esfuerzo.
Valle del Duero - Portugal
Valle del Duero

Rumbo a Lisboa…

En camino a Lisboa, encontramos la animada ciudad costera de Nazare con playas con grandes olas. También la ciudad universitaria de Coimbra, que a primera vista no presentaría nada especial, resulta siendo de un verdadero descubrimiento de una ciudad medieval junto al río que se elevaba hacia las colinas. Aveiro si es una ciudad sorprendente, con una historia fascinante de auge y caída que han ido dejando huellas en ella. Los canales cruzan las calles, con sus barcos de pesca tipo góndola, que van recolectando las algas, pasando por delante de casas de pescadores de brillantes colores.
Finalmente Lisboa, una ciudad que ha cambiado mucho en las últimas décadas. El impresionante Monumento a los Descubrimientos, la Torre de Belem y el Monasterio de los Jerónimos, por supuesto, siguen siendo tan cautivadores como siempre. Pero en el resto de la ciudad, hay una verdadera sensación de calidez y positividad. La misma atmósfera amistosa que sentimos en Oporto, aunque esta es una metrópolis mayor. Los nuevos edificios dibujan el horizonte, el transporte que ha mejorado mueve mucha gente con gran facilidad. Y que hablar de su comida regional que siempre tiene algo nuevo para ofrecer. Se ha transformado en uno de sus leif motiv: el bacalao, las sardinas, y los numerosos restaurantes fabulosos, grandes o pequeños, costosos y económicos, que se encuentran en la ciudad. Desde el comedor de alta gama hasta el café más básico: la premisa es siempre la misma: ofrecer la pesca más fresca del día y dejar que el sabor hable por sí mismo.
Aparte de la comida, Lisboa cuenta con algunas vistas fantásticas y, de hecho, sonidos. El barrio de Alfama embriaga con los sonidos del Fado, música y espectáculo portugués, una variante del flamenco, que se desprende de cada bar.
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